En un entorno financiero globalizado, comprender el riesgo que afecta a toda la economía resulta imprescindible para tomar decisiones acertadas. El riesgo sistemático influye en todos los activos, sin excepción, y su naturaleza no permite eliminarlo con simples tácticas de diversificación local. En este artículo, analizaremos en detalle qué implica, cómo se mide y de qué manera impacta tu cartera de inversión.
El riesgo sistemático, también conocido como riesgo de mercado o riesgo no diversificable, es la parte del riesgo total que está vinculada a acontecimientos macroeconómicos o factores externos al control de empresas individuales. Se manifiesta cuando cambios profundos en la economía global afectan a todos los activos financieros, generando fluctuaciones generalizadas.
A diferencia del riesgo específico de una compañía, este riesgo no se puede eliminar mediante la selección de distintos activos dentro de un mismo mercado; su origen radica en factores externos a la propia compañía, como crisis económicas, variaciones de tipos de interés o tensiones geopolíticas.
Por ejemplo, durante la caída bursátil de 1987, todos los índices globales sufrieron pérdidas en un solo día, evidenciando cómo un choque de confianza en los mercados impacta de forma casi simultánea. Este fenómeno refuerza la naturaleza universal de las oscilaciones de mercado.
Para gestionar correctamente las inversiones es clave distinguir entre ambos riesgos:
Mientras que el riesgo no sistemático puede reducirse combinando acciones, bonos y otros instrumentos de diferentes sectores, el riesgo sistemático exige estrategias más complejas o exposición a mercados internacionales para suavizar su impacto.
Aunque diversificar en distintos sectores (tecnología, salud, consumo) reduce la exposición al riesgo específico, las caídas de 2020 demostraron que ante una pandemia global, incluso portafolios muy segmentados sufren consecuencias. De ahí la importancia de considerar diversificación en distintas regiones geográficas para protegerse ante eventos sistemáticos.
El indicador más utilizado para cuantificar la sensibilidad de un activo frente a variaciones del mercado es el coeficiente beta (β). Este parámetro refleja la volatilidad de un activo en relación con el índice de referencia y se interpreta de la siguiente manera:
Un valor de beta superior a 1 indica que el activo es más volátil que el mercado, por lo que ofrece oportunidades de mayores ganancias pero también expone al inversor a posibles pérdidas significativas en momentos de caída general.
El cálculo de beta suele realizarse mediante regresiones estadísticas sobre retornos históricos de un activo frente al índice de referencia. Herramientas de análisis financiero o plataformas especializadas ofrecen betas ajustadas por divisas, dividendo y volatilidad reciente, proporcionando una medición más precisa para cada horizonte temporal.
El riesgo sistemático se origina en múltiples variables que actúan de forma conjunta o independiente. Los principales factores incluyen:
Cada uno de estos elementos puede desatar reacciones en cadena, provocando fluctuaciones en distintos instrumentos financieros y perfilando la volatilidad general del mercado.
Por ejemplo, una subida repentina de tipos de interés por parte de un banco central suele provocar ventas masivas de bonos, encareciendo el coste de financiación de empresas y tensando los precios de las acciones. De este modo, las decisiones de política monetaria se convierten en un detonante clave del riesgo sistemático.
La literatura financiera reconoce varias categorías dentro del riesgo no diversificable. Entre las más relevantes destacan:
Cada modalidad exige un enfoque distinto de análisis para revisar cómo ajustar la cartera y proteger el patrimonio ante escenarios adversos.
Adicionalmente, el riesgo político o de estabilidad regulatoria, aunque a veces se considere no sistemático, puede adquirir carácter global cuando varios países aplican políticas similares. Un ejemplo fue la ola de reformas fiscales en Europa tras 2010, que modificaron drásticamente expectativas de rentabilidad.
A pesar de contar con carteras muy diversificadas dentro de un solo mercado, el riesgo sistemático permanece. Solo a través de la diversificación internacional y multicomponente es posible mitigar parte de su efecto, invirtiendo en economías con ciclos económicos independientes.
Sin embargo, es imposible neutralizarlo completamente: la globalización financiera conecta mercados de forma tan estrecha que un choque relevante en una región suele propagarse al resto.
La inclusión de materias primas, como oro o petróleo, puede mitigar parcialmente el riesgo de mercado, ya que históricamente han mostrado baja correlación con las acciones en determinados ciclos. Sin embargo, estos activos también están sujetos a choques externos, como tensiones geopolíticas o cambios en demanda global.
La crisis financiera de 2008 ilustra de forma clara el alcance del riesgo sistemático. Independientemente del sector –tecnológico, energético o bancario–, la mayoría de activos sufrió caídas drásticas por el colapso de un sistema de crédito interconectado.
Asimismo, cambios súbitos en la política monetaria, como la subida de tipos por parte de la Reserva Federal, desencadenan movimientos simultáneos en acciones, bonos y divisas, demostrando que la interdependencia de los mercados multiplica el riesgo.
Durante la pandemia de COVID-19 en marzo de 2020, la liquidez global se contrajo de forma repentina, provocando caídas simultáneas en activos supuestamente refugio. Este episodio resaltó que incluso inversiones consideradas seguras, como bonos soberanos, pueden verse afectadas por el pánico global de los inversores.
Para los ahorradores y pequeños inversores, comprender el riesgo sistemático es vital para establecer expectativas realistas de rentabilidad y pérdidas potenciales. A mayor beta de la cartera, mayor prima de riesgo exigirá el mercado y, por tanto, mayor será la rentabilidad esperada, pero también las caídas en fases adversas.
La única forma de escapar por completo de este riesgo sería mantenerse al margen de todos los mercados financieros o focalizarse en activos no correlacionados, lo cual no resulta práctico ni aconsejable para la mayoría.
Los inversores institucionales suelen emplear modelos internos para medir exposiciones y ajustar las carteras en tiempo real, mientras que los particulares dependen de asesorías o herramientas online. Adoptar un perfil de riesgo ajustado a objetivos de largo plazo permite tomar decisiones informadas sin reaccionar de forma impulsiva en momentos de volatilidad.
El Capital Asset Pricing Model (CAPM) parte del riesgo sistemático como centro de su fórmula. Según este modelo, la rentabilidad esperada de un activo se calcula ajustando la tasa libre de riesgo por la prima de mercado multiplicada por la beta:
Rentabilidad esperada = Tasa libre de riesgo + Beta × Prima de riesgo de mercado
Este enfoque permite determinar cuánto deberían compensar los inversores para asumir el riesgo no diversificable y es fundamental a la hora de valorar proyectos, títulos o carteras.
No obstante, el CAPM parte de supuestos teóricos como mercados eficientes o inversores racionales, que no siempre se cumplen en la práctica. Modelos multifactoriales, como el de Fama-French, incorporan variables adicionales (tamaño, valor) para refinar el análisis del riesgo y obtener estimaciones más realistas.
Si bien no es posible eliminar el riesgo sistemático, existen tácticas para adaptarse:
Además de instrumentos de cobertura, la planificación fiscal y la selección de productos con baja correlación estructural pueden mejorar la resiliencia de la cartera. Herramientas de análisis de riesgo como el Value at Risk (VaR) o el concepto de «stress test» permiten anticipar pérdidas potenciales en distintos escenarios macroeconómicos.
Comprender este tipo de riesgo y su impacto en el conjunto del mercado es esencial para cualquier inversor que desee planificar de forma robusta y realista. En lugar de buscar eliminar lo inevitable, la clave está en gestionar la exposición y aprovechar los distintos escenarios a favor de la estrategia financiera a largo plazo.
Referencias